“Tengo que advertirte que algunos encontrarán mi trabajo demasiado rápido y superficial. ¡No lo creas en absoluto!”. Esta es una de las frases que abre, en el Auditorio Ángel Bustelo, la muestra de Van Gogh, el artista holandés tan incomprendido como acechado por un murmullo que no logró amputar y que tampoco llegó a saborear lo que es vivir del arte.
“Van Gogh Immersive Art Experience” se inauguró el pasado 2 de enero en la ciudad de Mendoza y se quedará hasta el 9 de febrero, siempre de 16 a 23, con entradas que se pueden adquirir por Tuentrada.com o en la boletería del Auditorio Ángel Bustelo -ubicado en la calle Virgen del Carmen de Cuyo- con un costo de $3.000 para el público en general y de $2.000 para menores de 12 años y jubilados, los cuales deberán presentar la documentación necesaria para acreditar el descuento.
Hay varias muestras que recorren la obra y vida del artista holandés y una de ellas eligió el verano para visitar Mendoza. Y eso es una de las buenas noticias de esta exhibición: que simplemente esté en la provincia derribando el mito que en enero -desde lo cultural- se hace poco y nada. La otra es el lugar (ya que no se intentó mantener vivo el afán de buscarle utilidad al Espacio Cultural Julio Le Parc) y elegir el Auditorio Ángel Bustelo -con una ubicación tan atractiva como efectiva- son los habitantes de este suelo y asiduos visitantes de actividades culturales los que lo agradecen.
La muestra presenta 70 obras emblemáticas del pintor, comenzando con una línea de tiempo de su etapa experimental. Luego, un salón se prepara para vivir una experiencia que promete ser inmersiva, con una voz narrando la vida de Van Gogh y una música que nunca alcanza su cumbre. Y es acá donde la propuesta decae y no logra ser tan inmersiva: la ausencia de pantallas imponentes que proyecten las obras es reemplazada por telas que se terminan abruptamente mostrando un techo que complica lo sensorial; y entonces lo de “adentrarse” en el mundo de Van Gogh se hace un poco más difícil. Claro que esta experiencia será tan única y vivencial para los que asistan que algunos lo lograrán, pero no se puede negar que las estructuras de hierros conspiran con la ausencia de emociones para entrar en el juego.
En la última estación, la realidad virtual nos despide con unos cascos que –al fin- nos harán vivir la experiencia del mundo Van Gogh y ese contenido hará llevarnos, como recuerdo, que lo mejor siempre pasa cuando nos vamos.
La muestra en Mendoza no es para nada un mal plan pero si una oportunidad (tal vez desaprovechada) para que el Gobierno de la provincia hubiera participado algo más en la organización y pudiera ofrecer una entrada gratuita, que posibilitara a más personas acercarse a una obra de arte de fama mundial.
A simple vista, sin pantallas y sin tecnología que sobresalga, quizás era una buena ocasión para ofrecer una actividad cultural sin costo. Dicho de otra manera: no sería negocio rentable para un ambientalista (pongámosle del Valle de Uco) con intención de protagonizar su enojo al progreso, comprar la entrada y una lata de tomates para lanzar su protesta a un cuadro.
Lo cierto es que pueden visitar la obra en Mendoza hasta el 9 de febrero y que el boca en boca ya comenzó. Entonces que vayan los que puedan y gusten y así, tal vez, encuentren la respuesta a la pregunta que a Vincent van Gogh siempre lo atormentó.
¿Acaso no es la emoción, la sinceridad y la espontaneidad del sentir lo que nos guía?